martes, 15 de julio de 2008

universidades privadas de calidad

¿Qué leyó Ud. en el Título? ¿Interpretó Universidades Privadas como un sólo gran sustantivo? ¿O agrupó "privadas de calidad" en una sola idea? Porque el sentido cambia sin duda. Mi siguiente pregunta es ¿coincide su interpretación del título con su juicio previo de las universidades privadas no adscritas al Consejo de Rectores?

En estos días se ha puesto en tela de juicio la acreditación de la Universidad de las Américas. No es la acreditación en sí lo que me interesa, sino las argumentaciones acerca de lo que constituiría una universidad de calidad.

Como anéctota ilustrativa, en una noticia se ejemplificaba con un dejo de escándalo que los estudiantes de periodismo de dicha universidad tenían que hacer turnos para usar un estudio, o que debían cooperar sosteniendo uno de ellos el micrófono mientras otro hablaba a falta de pedestal. La conclusión implícita es la carencia de infraestructura. Inmediatamente pensé en que tendríamos que tener un horno de fundición, un laminador, un microscopio o un molino por cada estudiante o grupo de estudiantes en nuestro laboratorio de metalurgia para cumplir con el requisito implícito. Absurdo.

A riesgo de equivocarme, tengo la impresión que para lograr reconocimiento como "universidad de calidad" habría que reproducir la imagen de una universidad convencional, pero el mundo va más rápido.

Las universidades convencionales se nutren de la élite estudiantil, de por sí adaptada a los rigores tradicionales del sistema maquinal de enseñanza, lo que hace innecesario revisar las prácticas docentes. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el alumnado proviene de los estratos menos adaptados? Si los estudiantes de la elite ya presentan un cúmulo de dudas acerca de su capacidad para resistir la maquinaria universitaria, ¿cuánto más aquéllos que ya traen una imagen empobrecida de sus capacidades potenciales producto de su desempeño previo en el sistema escolar, amplificado ésto por la falta de dinero y capital social? La propensión a actuar violentamente de todos aquellos que confían poco en sus capacidades de comunicarse y persuadir hace aún más difícil el trabajo académico. La falta de sensibilidad y creatividad para abrir nuevos mundos ayuda a encerrar a los jóvenes en imaginarios callejones sin salida que gatillan conductas violentas. Una universidad convencional difícilmente podrá con sus métodos autoritarios ofrecer una educación de calidad a este segmento, cuya necesidad más esencial es aprender a confiar en la fuerza de la palabra y su capacidad de crear posibilidades más allá del determinismo social. Segmentación y especialización es la clave.

La vara no es únicamente la comparación frente a la misma tarea de egresados de las universidades de la elite con egresados de universidades para los sectores más pobres. Tampoco se trata de observar si cada una cuenta con los recursos y estructuras que funcionan para la elite. Otra vara no menos importante es la magnitud del salto que logran dar los más pobres, considerando su capital material, social e intelectual al comienzo. Una Universidad que logra aquí resultados, sin duda tiene calidad en su espacio propio.

Otro tema recurrente para hablar de calidad es la investigación científica. Las universidades "de calidad" tendrían que producir artículos científicos para revistas y congresos. A nadie le preocupa mucho qué se publica, sino cuánto se publica. Hay todo un sistema para contar publicaciones y citas de autores, lo que mediría relevancia del trabajo de un académico. Lo que no se dice es que esto ocurre en el seno de comunidades científicas muchas veces cerradas en sí mismas. Otra cosa es producir innovación. La emergencia del término innovación junto a ciencia y tecnología busca precisamente destacar que así como investigación es transformar millones en semillas de conocimiento, innovación es hacer brotar estas semillas para dar millones como fruto. Sin embargo, la innovación no necesariamente es precedida por la investigación científica. Lo que sí supone es un conocimiento y contacto estrecho con el entorno donde se concretará la innovación. Nuevamente, un desempeño de calidad puede provenir de un diseño de la acción que se desvía abiertamente del canon tradicional.

La carrera académica es otra dimensión que tiende a quedar rebasada por este mundo donde el conocimiento es el factor clave de la generación de riqueza. Las carreras académicas en el presente valorizan primariamente el desempeño científico en forma de publicaciones y acciones afines. Ya comentamos que el submundo científico puede operar a gran distancia de la práctica industrial y empresarial. El conocimiento de un ingeniero experimentado con 20 o más años de ejercicio profesional en industrias líderes en su ramo, pero que no ha sido proclive a la producción de artículos para revistas y congresos, ni ha obtenido grados de magíster o doctor, no tiene valor en las carreras académicas actuales. Lo paradojal es que son esos profesionales los que están en la mejor posición para identificar las oportunidades de innovación, dado su conocimiento de los procesos productivos, las estructuras de costos, las necesidades de los clientes y el entorno competitivo. Una universidad que reclute a este tipo de profesional verá perjudicados sus indicadores de calidad académica y su acceso a los aportes del Estado a la actividad universitaria.

Las fuentes de financiamiento relativamente aseguradas permiten a las instituciones tradicionales cierta despreocupación por la contingencia o los detalles. Cuando un mecenas o el Estado financia su costo, la ciencia puede entregarse a una evolución virtualmente independiente del valor económico que genera, o al menos, postergar indefinidamente la generación de dicho valor a un período futuro. Esta estructura ha generado comunidades científicas libres de la interferencia de intereses económicos, capaces por ello de producir conocimiento independientemente del beneficio o perjuicio económico que pueda generar en el mundo empresarial. Ambitos como el desarrollo de medicamentos o la ciencia ambiental son altamente sensibles a dichas interferencias. Sin embargo, estas mismas comunidades suelen ser a la vez bastante incapaces de responder a demandas en un marco de relaciones cliente-servicio, fallando tanto en el tiempo de respuesta como en el costo de la actividad y la efectividad de la respuesta. Esto se amplifica por la presencia de una ideología que considera la acción científica una actividad del espíritu, y por ende, someterla a demanda y oferta constituye una forma de prostitución, con el rechazo correspondiente. Este tipo de declaración suele surgir de miembros de universidades "de calidad", siguiendo la constante histórica de distanciar dinero de espíritu, donde el cierre de ojos es de gran ayuda.

Sin embargo, cuando dicho financiamiento debe ser obtenido descentralizadamente, la ciencia y tecnología necesita articular relaciones de escucha y colaboración con clientes con necesidades muy concretas, lo que implica hacerse cargo de las restricciones de tiempo, costo y foco del trabajo, y por sobre todo, compartir el objetivo último de satisfacer a los clientes finales bajo restricciones de rentabilidad del capital y de responsabilidad social. Las respuestas requeridas tienen una estructura que se aleja de la paleta tradicional de preocupaciones de la investigación, agregando capacitación, asesoría, servicios y otros que no siempre son valorados como muestras de calidad.

Las universidades que no reciben subvención estatal enfrentan realidades mucho más duras. Se ha visto que las que sobreviven y prosperan a veces cuentan con respaldo de grupos económicos, pero siempre son estrictas en la gestión y asignación de recursos, muchas veces sin glamour pero con efectividad. Las que han entrado en problemas tienen como constante la debilidad en su administración. La calidad universitaria no consiste en clonar a una u otra universidad prestigiosa, sino en responder muy bien a las necesidades del segmento que se ha escogido atender, desarrollando para ello las estructuras y canales de acción que sean más apropiados.

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