domingo, 6 de agosto de 2006

Carta a los sansanos del 70 más menos 3, tras el encuentro de noviembre 2005

Es muy grato que ahora cincuentones nos encontremos para súbitamente reconectarnos a vínculos asociados a nuestros veinte años, porque reviven las preocupaciones y sentimientos a la par de aquellos amigos que les dieron vitalidad y sentido. Y nótese que muchos de nosotros no compartimos directamente en la conversación y el hacer juntos aquel tiempo, pero he aquí que me encuentro abrazando a rostros y personajes que transitando siempre “por la vereda del frente”, son parte inseparable de mi propia vida. Y el afecto brota espontáneo por todos ellos y ellas. Estuvieron allí para dar forma única e irrepetible a esa comunidad humana que todos compartimos más allá de nuestros vínculos personales específicos, el sello sansano de nuestra generación. ¿estás de acuerdo, Luis Torres, que comienzas esta serie de reflexiones? ¿Yerko o Misaeles? ¿Mónica, Patricia, Estela o Verónica? ¿Mario, Lucho, David, Etienne, Pedro, Fernando,…?

Sobre lo que le brota a Etienne: estoy diariamente en contacto con los sansanos veinteañeros de hoy, y este último tiempo estuve largamente involucrado en conflictos asociados a la definición de nuevos rumbos para la UTFSM, materia sobre la cual aún no hay una visión compartida. La parte que me preocupa es que mientras los profesores nos engarzamos en estas disputas, los jóvenes nos miran perplejos, o se toman la Universidad para decirnos silenciosamente que somos una vergüenza con nuestras instituciones reducidas a una mímica ridícula. A mi entender, en una situación comparable a los comienzos de los sesentas, cuando se iniciaba el fermento de la disconformidad con un proyecto social crecientemente ajeno. No han desarrollado aún el sentido de cuerpo en torno a un manifiesto de cambio estructurado y compartido. Pero ya está el malestar…o el hambre de una vida más plena.

Y los profesores envejecemos inexorablemente, en todo sentido… Sin duda que los tiempos han cambiado en relación al entorno del setenta. Ya no están ni la revolución, ni el hombre nuevo en la nueva comunidad, ni las luchas del pueblo, o el financiamiento estatal completo. Tampoco están las condiciones ambientales para las angustias, temores y sufrimientos que siguieron, salvo en la huella dolorosa de los que quedaron marcados para siempre. Sí está la Internet y toda su infraestructura de PC para hacer en horas mucho más de lo que hacíamos en días, ensanchando el mundo y acelerando el aprendizaje para bien y para mal, al límite de exigirnos capacidad de reinventar nuestra identidad misma cada vez con más frecuencia para permanecer vigentes.

Las doctrinas del cambio en la lucha han dado paso a formas más pacíficas. Las empresas comienzan a descubrir el valor de ser socialmente más responsables. La inteligencia emocional, el liderazgo, la creatividad, el emprendimiento y otros cuentos se suceden unos a otros como modas empresariales. También las miradas de Humberto Maturana, Francisco Varela, Rafael Echeverría o Edgar Morin reinterpretan profundamente lo que es ser humano, integrar una sociedad, vivir en el lenguaje, el valor de la locura o el emocionar que ocurre en el cuerpo sin que la conciencia se entere siquiera las más de las veces. Sí está la avalancha de información de prensa, TV cable, WEB, Mail, que prácticamente nos obliga a jóvenes y adultos a parecer indiferentes porque no es posible responder a tanto mensaje. Sí está la mirada de que la educación superior es una industria masiva donde los estudiantes son clientes consumidores a atender con eficiencia, que nada tienen que opinar acerca del sentido de las actividades que se les exigen como parte de las “mallas curriculares”, porque “no les compete”. En esta mirada, la reflexión no es parte del currículo, ni siquiera una actividad universitaria, es algo “personal”. O que la Universidad se hace más “eficiente” con profesores de jornada parcial y salas donde las sillas nunca se enfrían completamente entre programas diurnos, vespertinos y de fin de semana, en medio de una insoslayable algazara publicitaria y reparto de utilidades entre los organizadores, que contribuyen generosamente con sus impuestos a la institución que les alberga. O que la calidad académica pasa por una carrera de coleccionar publicaciones ISI, alumnos, acreditaciones y lugares en los ranking. Ah, perdón Margarulo, ¡¡y patentes!!!.

El protagonismo estudiantil se fomenta hoy hacia atreverse, a emprender empresarialmente, a vivir el riesgo. No importa si las ideas son de primera o segunda mano, lo importante es ver y aprovechar la oportunidad para que surjan nuevos Piñeras, Saiehs, Pentas u otros parecidos. Cómo se incuban los Nerudas, Zuritas o los Ower Villegas no es un tema de primer plano. ¿la demanda estimulará la oferta?. Y tantas otras cosas que como las anteriores no son ni falsas ni ciertas, no están necesariamente mal ni bien. Son en buena medida, signos del tiempo. Miradas y procesos a la espera de alcanzar coherencias que las hagan sustentables como manifiesto unificador e inspirador de los jóvenes actuales. Las universidades no se reponen aún de tantos cambios, no sabemos mucho de hacer aquello de lo que hablamos, y no hemos descubierto qué hacer para que los jóvenes de hoy se reúnan el 2040 y declaren que sus vidas valieron la pena, que la Universidad que vivieron fue una experiencia que marcó la envergadura de sus sueños, la destreza para construirlos y el compromiso para perseverar ante los reveses.

Y estoy convencido que en la sala de clases aprendí más que nada de lo segundo. El resto lo armamos todos juntos como generación, compartiendo ideas, prácticas y sentido de Universidad que no estaba en ningún currículo. Me tranquiliza algo saber que los profesores tuvieron influencia limitada en lo que nosotros llegamos a soñar. ¿Pero qué sueñan los jóvenes de hoy? ¿Y qué podemos compartir con ellos? Yo no he renunciado a soñar.