Me consultan por datos del golpe en la USM en 1973.
No tuve mayor oportunidad de saber detalles precisos de cómo
transcurrió el golpe en la USM, detenidos y demases. No vivía en
Placeres, y en esa época me había alejado de actividades
políticas, que me parecía que habían adquirido rasgos
demenciales (ponerse casco y armarse de garrotes para salir a
pelear con...). Sé que hubo estudiantes detenidos y torturados,
presos en barcos, otros que se salvaron gracias a la valentía
solidaria de quienes los escondieron, y también supe de (y vi)
gente tras el golpe que no eran estudiantes auténticos, sino
agentes infiltrados, a los que sin duda les cabe un rol en la
delación y desgracia de los que se creían sus compañeros. De cualquier manera, las víctimas de esa época funesta ya sufrieron lo suficiente. Creo que, por respeto, debe dejarse a su iniciativa el compartir su historia.
1974
fue un año de depresión para muchos. De una universidad algo
caótica, pero llena de fervores, pasamos a un hospital, donde
los alumnos éramos los pacientes que nada teníamos que opinar,
salvo seguir el tratamiento y mantener la boca cerrada ante la
oreja oculta y omnipresente. La Universidad que conocimos murió para siempre.
La opinión que me he formado a lo largo del tiempo, es la de una
época de locura muy grande, entendiendo por locura la pérdida de
la capacidad de construir espacios de convivencia, y por el
contrario, refugiarse en discursos legitimadores de la agresión,
el atropello, y más tarde, de la tortura, la matanza y la
negación del ser del otro. En eso, la izquierda revolucionaria
de base teórica marxista y la derecha religiosa conservadora que
se apropió del gobierno en la dictadura fueron muy similares.
Aunque hoy nadie habla de guerra civil ni revolución, las
huellas de miedo, desconfianza y agresividad que engendró la
locura perduran en la ceguera con que los vencedores de 1973
aprecian su propia obra.
La lógica previa al golpe era de enfrentamiento con un lenguaje
de guerra civil, combate y muerte, en medio de un caos de
abastecimiento, que no soy capaz de discernir en cuanto a la importancia relativa de sus causales (intervención estatal de empresas que
redujeron su producción o dejaron de producir, ruptura natural o
inducida de cadenas logísticas, acaparamiento por temor,
manipulación discriminante política por parte de funcionarios de
gobierno, desabastecimiento inducido por los opositores y sus
respaldos financieros de potencias extranjeras, corrupción
simple y lisa, etc.). La violencia florece cuando las
necesidades biológicas no se satisfacen, algo que las clases
medias compartieron con los pobres en esa época, para
conveniencia de los profetas de la vía violenta.
Se ha puesto mucho énfasis en la conducta de los militares, que
nos parece aberrante desde nuestra óptica ciudadana ajena a la
formación que esa gente recibe, y donde solo ellos saben
exactamente cuando actuaron como si estuvieran en guerra (con
toda la violencia y crueldad que se desata en esas condiciones,
y que el cine suele trivializar), y cuando sobrepasaron sus
propios códigos de honor y prácticas aceptadas, lo que por lo
demás dejó una traumática huella de suicidio y/o insania mental en muchos militares que sí
distinguían el combate legítimo de la masacre cobarde. Muchos han negado hasta el final sus crímenes. Quizás porque no los
reconocen como tales sino como simples actos de guerra. Sin embargo, lo más probable sea que no pueden explicar la barbarie de la que fueron a
veces partícipes obligados, y otras veces hechores conscientes.
Tengo parientes militares que pareciéndome inteligentes y buenas
personas, piensan en lógicas que no siempre entiendo. Por otra
parte, las fuerzas armadas forman individuos capaces de actuar y
sobrevivir en territorio enemigo, expuestos a tratos aberrantes
en caso de ser capturados, los mismos que ellos aplican en la situación inversa. La
tragedia es que ese poder de destrucción se vuelva sobre la
propia población, como en una suerte de enfermedad autoinmune, o
de perro guardián que desconoce al niño de la casa. Por ello, y
a riesgo de recibir toda clase de improperios, me resisto a la
condena unilateral y generalizada. Hubo de todo, y no todos podían obedecer a su conciencia. De lo que no tengo duda, es que hubo corrupción y embriaguez de poder, de lo cual el
capitán general y sus policías políticas son la muestra más visible, y que muchos se beneficiaron del accionar de esos militares. Trazar la línea divisoria es otra cosa.
En la misma línea, pienso que ha habido un sesgo distorsionante
al presentar al gobierno de la UP como el "gobierno
constitucional y elegido", lo que siendo literalmente verdadero,
es una descripción oscurecedora del clima de violencia e
ingobernabilidad creciente que se vivió en el período previo. El
gobierno perdió no solo la batalla frente a la oposición
respaldada por las fuerzas de la guerra fría, sino también, y
crecientemente, el control del accionar de los grupos más
radicales, que pretendieron enfrentarse a las FFAA siguiendo la
huella cubana, sin que hubiera proporción entre sus
declaraciones y sus reales capacidades. La religión de la revolución adormeció muchas sensateces. Gran parte de la
izquierda más proactiva apostó desde el comienzo a la violencia,
perdió, y arrastró a muchísimos más en su caída. La reforma
agraria y la expropiación de empresas tocó la fibra más íntima
de los poderosos de entonces, que reaccionaron con la furia que
la historia recoge. Desde mi perspectiva, los militares hicieron
el trabajo sucio y hoy algunos pagan por ello, pero su rol fue
en gran medida ser la mano del gato sacando las castañas para
alimentar la megalomanía dictatorial y el accionar de la derecha
despojada instalando su propio modelo excluyente. Los poderosos
siempre conservan distancia.
La trampa principal está en modelar el proceso buscando buenos y
malos. Los datos, convenientemente filtrados por sesgos
paradigmáticos (o abiertamente manipulados en nombre de alguna
doctrina), permiten asignar los roles al gusto de cualquiera.
No hay salida por ahí. Los seres humanos somos más complejos que
esas fantasías santificadoras del "pueblo", o los delirios
respecto del partido comunista que los adherentes a la iglesia
más conservadora cultivan y proclaman patéticamente. Los
horrores y fantasmas de la segunda guerra mundial y la guerra
fría tuvieron sus armónicas en nuestras sociedades, y aún
alimentan mentes que interpretan el mundo según esa mirada,
justificando aberraciones en memoria de otras aberraciones. Las
últimas guerras nos recuerdan en todo caso que la brutalidad es
parte de la condición humana. La profundidad del daño gestado en
esa época loca, de la cual 1973 es solo el punto de inflexión,
es inconmensurable. No podría pedirle a las víctimas "dar vuelta
la hoja" o "perdonar", o "mirar al futuro". Me parece de una
frivolidad insultante. Si el dolor es imborrable, así no más es, y se asume. Las peticiones mediáticas de perdón que surgen cada tanto me han parecido hasta ahora poco convincentes, porque son lanzadas "al aire", no a personas o instituciones concretas. No hay el encuentro de dos miradas que de común acuerdo asumen el mal realizado y recibido, acercan relatos que incluyen las contribuciones de cada una al curso que tuvo la historia (no importa cuan asimétricas sean), y declaran su voluntad de reiniciar un camino de auténtica convivencia. Recordemos que en la misa católica, luego de la bienvenida, viene el kyrie, la contrición, la aceptación individual y colectiva de la limitación humana, del ser pecador, es decir, limitado. Es el momento en que cada uno depone su orgullo, y ofrece la humildad, en nombre del que se echó todas las culpas humanas sobre sí yendo a la cruz. Respecto de Hiroshima o
Auschwitz no aplica "dar vuelta la hoja" o "mirar el futuro", o eludir su recuerdo "para no promover la desunión". Se les recuerda con recogimiento. Así el 1973 de Chile.
Por último, el edificio construido desde 1973 sobre los hombros
ciudadanos se hace cada vez más pesado e insoportable. Sus
arquitectos y constructores se ufanan de su crecimiento, sin
entender que los temblores y grietas que presenta vienen de sus
cimientos en proceso de derrumbe conceptual. 40 años después,
los nuevos protagonistas de la historia enfrentan los dilemas de
la acción. 1973 en perspectiva nos enseña el costo de la ira
hecha doctrina.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)