jueves, 4 de julio de 2013

A propósito de los petitorios estudiantiles de 2013...

Tras varias semanas en que la mayoría de los estudiantes que vota ha decidido suspender la actividad docente, y se han elaborado planteamientos sobre el funcionamiento de la universidad pidiendo cambios, intentaré hacer un interpretación de las demandas estudiantiles que escapan de la contingencia: participación estudiantil en el gobierno de la universidad, atención al desvalido meritorio, transparencia en el manejo de los recursos, información sobre costos de la actividad docente que permita sustentar los valores de aranceles, entre otros.  Además, agregaré otro tema que considero relacionado y relevante: el modelo de institución y su campo de acción: ¿universidad científica, técnica, de innovación?

Creo que los temas mencionados son expresiones de un solo gran problema, que es la misión de nuestra universidad. Esto solía ser motivo de chistes descalificatorios por parte de los "pragmáticos" de siempre, como sinónimo de discusión interminable e improductiva. Aunque algo de razón tienen (el tema se presta para latas), ha sido eludido  sistemáticamente por años, lo que es peor. Mi percepción es que en el fondo de estas explosiones periódicas de insatisfacción estudiantil se encuentra precisamente la ausencia de claridad sobre cuál es la tarea permanente de la USM (no las universidades en general, sino ésta en particular).

La misión de la USM no es un conjunto de reglas razonadas, un modelo de gestión, sino el mito lleno de resonancias emocionales individuales y colectivas, que convoca y envía. El mito de la USM se resume (a mi entender) en la frase nuclear del testamento de Don Federico Santa María: "poniendo al alcance del desvalido meritorio llegar al más alto grado del saber humano". Esta frase ha calado hondo en la sociedad chilena, y representa la idea que en muchas familias se tiene de nuestra institución y su propósito fundamental. 

La base ideológica del testamento es muy propia de la mentalidad caritativa de la burguesía industrial y comercial (dice el testamento "es el deber de las clases pudientes contribuir al desarrollo intelectual del proletariado"). Implícita está la existencia de clases sociales: el pudiente desde arriba tiende la mano a unos pocos proletarios, con tal de que estén dispuestos a hacer el esfuerzo de aprender. El filántropo corre con los gastos. Suena lógico. El cielo no es para todos, solo para los que se esfuerzan. La Universidad de verdad es sólo para unos pocos elegidos por sus méritos. El éxito es para los líderes emprendedores que aprovechan sus oportunidades. Y así funcionó casi 40 años, construyendo un prestigio basado en hacer las cosas bien, y crear este conducto de ascenso social.

El detalle es la magnitud. Más que solucionar el problema colectivo, satisface la necesidad de sentirse y mostrarse buenos de los filántropos, muchas veces en función de sus credos. La implementación del proyecto USM, reflejada en la primera mitad de la historia institucional, encaja con la filantropía selectiva y focalizada que hoy nos propone la política de derecha: ayudamos a los más pobres en forma prioritaria, siempre y cuando eso no desequilibre la balanza del poder (hacer digerible el orden social conservador). Al resto, como dijo alguna vez un controvertido dictador, solo le cabe ser "buenos trabajadores, buenos soldados y buenos chilenos". Yo le agregaría, pagar sus créditos. 

La huelga del 67 y el rediseño institucional que le siguió buscaron cambiar este perfil de "chiche familiar" del albacea por una organización más grande, más abarcadora, que se abriera a muchas más familias. La creación de las sedes obedeció a esta lógica de crecer y proyectarse como una opción de "ascenso" social para muchos más, aunque la noción de ascenso, tan propia de la mentalidad de clases, ya no quiere decir que unos pocos pasan a integrar la casta de los "ricos", sino que la sociedad toda se hace menos desigual. Suena conocido y actual.

El cambio de modelo económico que vino poco después de 1973, la introducción de la competencia y la manipulación mañosa de la aspiración social por los beneficios del conocimiento post-dictadura trastornó el sentido de todo. La declaración de la educación como espacio de negocios atrajo tiburones, e indujo el aprendizaje de la convivencia con tiburones. La misión social original perdió prioridad frente a la necesidad de sobrevivir, competir y prosperar para conservar influencia y fortaleza económica. Por un lado, la posibilidad de que un mal manejo de nuestra institución conduzca a su colapso, y que sus "activos" sean adquiridos por algún poderoso nacional o internacional para operar otro negocio educativo totalmente ajeno al proyecto original está a la vuelta de la esquina. Por otro, la estructura conceptual de los modelos de gestión empresarial competitiva implica generar excedentes, buscar oportunidades según su potencial de ingresos, no dar información a la competencia, pocos controles para no desincentivar la libertad de emprender, asambleas esporádicas, comités poco frecuentes y poder concentrado en personas. Crecer, crecer y crecer, pero en lógica financiera y competitiva. Por ejemplo, hace algunos años, alguien discurrió que la USM debía focalizar su promoción en colegios privados del segmento ABC1...(sin comentarios). 

La creación de Sedes post gran huelga del 67 trajo algo lamentable y probablemente inesperado: la creación de castas dentro de nuestra institución. Con sus ingenierías tecnológicas, las Sedes representan un camino paralelo, incomunicado con la Casa Central y Campus Santiago, lo que no corresponde a la visión original de Federico Santa María. Más de una vez he escuchado comentarios en una lógica de escalafones de oficiales y suboficiales, que no comparto. Por otra parte, el ranqueo de las Universidades según la producción científica sitúa a las Sedes como "improductivas", engrosando el denominador sin mayor aporte al numerador en los indicadores de productividad científica. Mientras tanto, es cada vez más difícil fabricar probetas en la Casa Central, en los concursos de emprendimiento dominan abrumadoramente las aplicaciones de software móvil para mercadotecnia (casi nada tangible), hay un claro divorcio entre los posgrados científicos y los profesionales, y el nuevo profesorado es seleccionado e incentivado para desarrollarse en el mundo científico, ajeno a consideraciones de impacto social o innovación en un ambiente de negocios. Es cada vez más difícil cultivar el amor por las máquinas reales: desarmarlas, repararlas, armarlas, cambiarlas. Cabe aclarar que consideramos a la actividad científica un componente esencial de la vida universitaria, y del clima formador. Sin ella, el riesgo de repetición y decadencia es creciente. Lo que señalamos es que se apueste únicamente a ella en el modelo de desarrollo del profesorado, sin que haya un contrapeso con igual claridad de normas respecto de la innovación, la enseñanza o el gobierno institucional en el desarrollo de profesores. Que lo técnico se halle escindido conceptual- y geográficamente del quehacer científico, donde la que sufre es la innovación en tecnología de máquinas y productos tangibles. En vez de entender que ser Universidad Técnica nos hace fuertes cuando de innovación de verdad se trata (que es bastante más que obtener patentes), el alejamiento físico de las Sedes nos impide percibir la fortaleza que tenemos para llegar en mejores términos al mundo de la innovación, formar redes en todos los niveles operacionales de las empresas y cumplir con nuestra misión original de encuentro social. El proletario, el desvalido meritorio, si llega a las Sedes, tiene escasa oportunidad de alcanzar el más alto grado del saber humano. Y no es culpa de las Sedes, sino de la forma en que nos hemos concebido.

Mi creencia es que la sociedad chilena, en su imaginario, aún ve a la USM como la obra filantrópica inicial, valorando su mezcla de excelencia y ayuda social, y esperando que sea una especie de Teletón, creyendo que tiene una tremenda fortuna que la respalda. Eso incluye probablemente a muchos de nuestros estudiantes. Ojalá fuera cierto, pero no hay tal. 

Mientras tanto, la institución trata de navegar según las reglas de la competencia con sus luces y sombras, adquiere hábitos afines a este entorno de industria educativa, vive una transición desde un profesorado con presencia gravitante de exalumnos hacia uno formado por doctores venidos de muchas otras partes, cada uno con su historia, y, me temo, aunque no me consta, sin que nuestra historia gravite en muchos de ellos, ocupados en alcanzar los indicadores de productividad científica que se les exige. En particular, no veo por qué esta nueva generación de profesores tendría que exhibir compromiso con la idea de ser universidad técnica integrada con el quehacer científico, o con el mandato filantrópico del fundador. Hay mucho dado para que no lo sea.  El ser muy buenos y reconocidos ("líderes en..") ya es un reto, pero deja de lado la otra componente de lo que constituye nuestro prestigio, la dimensión generosa y solidaria. 
 
Si mi creencia es correcta, y dado que el respeto y reconocimiento que nuestra universidad inspira por su misión histórica es un ideal que hoy cobra renovada vigencia (el "valor de nuestra marca", en lenguaje de publicistas), la discusión de los temas del petitorio (la participación estudiantil en la n-estamentalidad, las ayudas financieras estudiantiles, el modelo de costos, la transparencia, el 90-10, etc.), se articulan en una única pregunta sobre cómo mantener vivo el mito original: ahora, en 2013, para muchos, con eficiencia y excelencia, sin lucro encubierto, con espacio para ir haciendo nuestro país menos desigual cada año. En este contexto, las demandas estudiantiles adquieren un  sentido único y coherente.

No es tarea fácil. No tenemos a los muy muy ricos inspirados por la iglesia más conservadora donando grandes cantidades de recursos año a año para respaldarnos. No somos propiedad de grandes inversionistas que tomen decisiones como dueños, con rapidez, y preguntando sólo si les parece. No somos un organismo del Estado con el respaldo respectivo. Somos una organización que puede decaer y morir si no encuentra fuerza viva que la impulse, que depende de un ideal poderoso, generoso e inspirador como el del testamento para proyectarse a la sociedad (que no es el mercado). Postulo que el núcleo organizador de nuestro quehacer y nuestra organización, nuestro boleto al futuro, sigue estando en la misión original, combinando excelencia y solidaridad en forma explícita, a la que valga la pena dedicarle la vida. 

¿Cómo? Hay que reinterpretarlo según el escenario actual, donde la fortuna inicial es ahora la trayectoria de los 80 años pasados. Necesitamos lo que en emprendimiento se llama un "modelo de negocio", que defina de qué manera vamos a poder hacer realidad este proyecto: ¿con qué instrumentos? ¿con qué financiamiento? ¿con qué organización? ¿con qué formación de los recursos humanos? ¿con qué indicadores de gestión? ¿con qué tipo de carrera académica? Construyamos modelos.

La sociedad chilena recibe propuestas para reformar su constitución. En la Universidad, eso se llama estatuto. El que tenemos data de 1992 y tiene síntomas de obsolescencia. Lo que pretendo decir en esta columna es que la discusión de consejos y estamentos y porcentajes que implica reformar el estatuto es posterior a otra más esencial: ¿estamos dispuestos a articular nuestro esfuerzo colectivo en torno a la misión que definiera don Federico Santa María, que parece más vigente que nunca?