miércoles, 21 de agosto de 2013

40 años después ¿qué?

Me consultan por datos del golpe en la USM en 1973.

No tuve mayor oportunidad de saber detalles precisos de cómo transcurrió el golpe en la USM, detenidos y demases. No vivía en Placeres, y en esa época me había alejado de actividades políticas, que me parecía que habían adquirido rasgos demenciales (ponerse casco y armarse de garrotes para salir a pelear con...). Sé que hubo estudiantes detenidos y torturados, presos en barcos, otros que se salvaron gracias a la valentía solidaria de quienes los escondieron, y también supe de (y vi) gente tras el golpe que no eran estudiantes auténticos, sino agentes infiltrados, a los que sin duda les cabe un rol en la delación y desgracia de los que se creían sus compañeros. De cualquier manera, las víctimas de esa época funesta ya sufrieron lo suficiente. Creo que, por respeto, debe dejarse a su iniciativa el compartir su historia.

1974 fue un año de depresión para muchos. De una universidad algo caótica, pero llena de fervores, pasamos a un hospital, donde los alumnos éramos los pacientes que nada teníamos que opinar, salvo seguir el tratamiento y mantener la boca cerrada ante la oreja oculta y omnipresente. La Universidad que conocimos murió para siempre.

La opinión que me he formado a lo largo del tiempo, es la de una época de locura muy grande, entendiendo por locura la pérdida de la capacidad de construir espacios de convivencia, y por el contrario, refugiarse en discursos legitimadores de la agresión, el atropello, y más tarde, de la tortura, la matanza y la negación del ser del otro. En eso, la izquierda revolucionaria de base teórica marxista y la derecha religiosa conservadora que se apropió del gobierno en la dictadura fueron muy similares. Aunque hoy nadie habla de guerra civil ni revolución, las huellas de miedo, desconfianza y agresividad que engendró la locura perduran en la ceguera con que los vencedores de 1973 aprecian su propia obra.

La lógica previa al golpe era de enfrentamiento con un lenguaje de guerra civil, combate y muerte, en medio de un caos de abastecimiento, que no soy capaz de discernir en cuanto a la importancia relativa de sus causales (intervención estatal de empresas que redujeron su producción o dejaron de producir, ruptura natural o inducida de cadenas logísticas, acaparamiento por temor, manipulación discriminante política por parte de funcionarios de gobierno, desabastecimiento inducido por los opositores y sus respaldos financieros de potencias extranjeras, corrupción simple y lisa, etc.). La violencia florece cuando las necesidades biológicas no se satisfacen, algo que las clases medias compartieron con los pobres en esa época, para conveniencia de los profetas de la vía violenta.

Se ha puesto mucho énfasis en la conducta de los militares, que nos parece aberrante desde nuestra óptica ciudadana ajena a la formación que esa gente recibe, y donde solo ellos saben exactamente cuando actuaron como si estuvieran en guerra (con toda la violencia y crueldad que se desata en esas condiciones, y que el cine suele trivializar), y cuando sobrepasaron sus propios códigos de honor y prácticas aceptadas, lo que por lo demás dejó una traumática huella de suicidio y/o insania mental en muchos militares que sí distinguían el combate legítimo de la masacre cobarde. Muchos han negado hasta el final sus crímenes. Quizás porque no los reconocen como tales sino como simples actos de guerra. Sin embargo, lo más probable sea que no pueden explicar la barbarie de la que fueron a veces partícipes obligados, y otras veces hechores conscientes. Tengo parientes militares que pareciéndome inteligentes y buenas personas, piensan en lógicas que no siempre entiendo. Por otra parte, las fuerzas armadas forman individuos capaces de actuar y sobrevivir en territorio enemigo, expuestos a tratos aberrantes en caso de ser capturados, los mismos que ellos aplican en la situación inversa. La tragedia es que ese poder de destrucción se vuelva sobre la propia población, como en una suerte de enfermedad autoinmune, o de perro guardián que desconoce al niño de la casa. Por ello, y a riesgo de recibir toda clase de improperios, me resisto a la condena unilateral y generalizada. Hubo de todo, y no todos podían obedecer a su conciencia. De lo que no tengo duda, es que hubo corrupción y embriaguez de poder, de lo cual el capitán general y sus policías políticas son la muestra más visible, y que muchos se beneficiaron del accionar de esos militares. Trazar la línea divisoria es otra cosa.

En la misma línea, pienso que ha habido un sesgo distorsionante al presentar al gobierno de la UP como el "gobierno constitucional y elegido", lo que siendo literalmente verdadero, es una descripción oscurecedora del clima de violencia e ingobernabilidad creciente que se vivió en el período previo. El gobierno perdió no solo la batalla frente a la oposición respaldada por las fuerzas de la guerra fría, sino también, y crecientemente, el control del accionar de los grupos más radicales, que pretendieron enfrentarse a las FFAA siguiendo la huella cubana, sin que hubiera proporción entre sus declaraciones y sus reales capacidades. La religión de la revolución adormeció muchas sensateces. Gran parte de la izquierda más proactiva apostó desde el comienzo a la violencia, perdió, y arrastró a muchísimos más en su caída. La reforma agraria y la expropiación de empresas tocó la fibra más íntima de los poderosos de entonces, que reaccionaron con la furia que la historia recoge. Desde mi perspectiva, los militares hicieron el trabajo sucio y hoy algunos pagan por ello, pero su rol fue en gran medida ser la mano del gato sacando las castañas para alimentar la megalomanía dictatorial y el accionar de la derecha despojada instalando su propio modelo excluyente. Los poderosos siempre conservan distancia.

La trampa principal está en modelar el proceso buscando buenos y malos. Los datos, convenientemente filtrados por sesgos paradigmáticos (o abiertamente manipulados en nombre de alguna doctrina), permiten asignar los roles al gusto de cualquiera. No hay salida por ahí. Los seres humanos somos más complejos que esas fantasías santificadoras del "pueblo", o los delirios respecto del partido comunista que los adherentes a la iglesia más conservadora cultivan y proclaman patéticamente. Los horrores y fantasmas de la segunda guerra mundial y la guerra fría tuvieron sus armónicas en nuestras sociedades, y aún alimentan mentes que interpretan el mundo según esa mirada, justificando aberraciones en memoria de otras aberraciones. Las últimas guerras nos recuerdan en todo caso que la brutalidad es parte de la condición humana. La profundidad del daño gestado en esa época loca, de la cual 1973 es solo el punto de inflexión, es inconmensurable. No podría pedirle a las víctimas "dar vuelta la hoja" o "perdonar", o "mirar al futuro". Me parece de una frivolidad insultante. Si el dolor es imborrable, así no más es, y se asume. Las peticiones mediáticas de perdón que surgen cada tanto me han parecido hasta ahora poco convincentes, porque son lanzadas "al aire", no a personas o instituciones concretas. No hay el encuentro de dos miradas que de común acuerdo asumen el mal realizado y recibido, acercan relatos que incluyen las contribuciones de cada una al curso que tuvo la historia (no importa cuan asimétricas sean), y declaran su voluntad de reiniciar un camino de auténtica convivencia. Recordemos que en la misa católica, luego de la bienvenida, viene el kyrie, la contrición, la aceptación individual y colectiva de la limitación humana, del ser pecador, es decir, limitado. Es el momento en que cada uno depone su orgullo, y ofrece la humildad, en nombre del que se echó todas las culpas humanas sobre sí yendo a la cruz. Respecto de Hiroshima o Auschwitz no aplica "dar vuelta la hoja" o "mirar el futuro", o eludir su recuerdo "para no promover la desunión". Se les recuerda con recogimiento. Así el 1973 de Chile.

Por último, el edificio construido desde 1973 sobre los hombros ciudadanos se hace cada vez más pesado e insoportable. Sus arquitectos y constructores se ufanan de su crecimiento, sin entender que los temblores y grietas que presenta vienen de sus cimientos en proceso de derrumbe conceptual. 40 años después, los nuevos protagonistas de la historia enfrentan los dilemas de la acción. 1973 en perspectiva nos enseña el costo de la ira hecha doctrina. 

jueves, 4 de julio de 2013

A propósito de los petitorios estudiantiles de 2013...

Tras varias semanas en que la mayoría de los estudiantes que vota ha decidido suspender la actividad docente, y se han elaborado planteamientos sobre el funcionamiento de la universidad pidiendo cambios, intentaré hacer un interpretación de las demandas estudiantiles que escapan de la contingencia: participación estudiantil en el gobierno de la universidad, atención al desvalido meritorio, transparencia en el manejo de los recursos, información sobre costos de la actividad docente que permita sustentar los valores de aranceles, entre otros.  Además, agregaré otro tema que considero relacionado y relevante: el modelo de institución y su campo de acción: ¿universidad científica, técnica, de innovación?

Creo que los temas mencionados son expresiones de un solo gran problema, que es la misión de nuestra universidad. Esto solía ser motivo de chistes descalificatorios por parte de los "pragmáticos" de siempre, como sinónimo de discusión interminable e improductiva. Aunque algo de razón tienen (el tema se presta para latas), ha sido eludido  sistemáticamente por años, lo que es peor. Mi percepción es que en el fondo de estas explosiones periódicas de insatisfacción estudiantil se encuentra precisamente la ausencia de claridad sobre cuál es la tarea permanente de la USM (no las universidades en general, sino ésta en particular).

La misión de la USM no es un conjunto de reglas razonadas, un modelo de gestión, sino el mito lleno de resonancias emocionales individuales y colectivas, que convoca y envía. El mito de la USM se resume (a mi entender) en la frase nuclear del testamento de Don Federico Santa María: "poniendo al alcance del desvalido meritorio llegar al más alto grado del saber humano". Esta frase ha calado hondo en la sociedad chilena, y representa la idea que en muchas familias se tiene de nuestra institución y su propósito fundamental. 

La base ideológica del testamento es muy propia de la mentalidad caritativa de la burguesía industrial y comercial (dice el testamento "es el deber de las clases pudientes contribuir al desarrollo intelectual del proletariado"). Implícita está la existencia de clases sociales: el pudiente desde arriba tiende la mano a unos pocos proletarios, con tal de que estén dispuestos a hacer el esfuerzo de aprender. El filántropo corre con los gastos. Suena lógico. El cielo no es para todos, solo para los que se esfuerzan. La Universidad de verdad es sólo para unos pocos elegidos por sus méritos. El éxito es para los líderes emprendedores que aprovechan sus oportunidades. Y así funcionó casi 40 años, construyendo un prestigio basado en hacer las cosas bien, y crear este conducto de ascenso social.

El detalle es la magnitud. Más que solucionar el problema colectivo, satisface la necesidad de sentirse y mostrarse buenos de los filántropos, muchas veces en función de sus credos. La implementación del proyecto USM, reflejada en la primera mitad de la historia institucional, encaja con la filantropía selectiva y focalizada que hoy nos propone la política de derecha: ayudamos a los más pobres en forma prioritaria, siempre y cuando eso no desequilibre la balanza del poder (hacer digerible el orden social conservador). Al resto, como dijo alguna vez un controvertido dictador, solo le cabe ser "buenos trabajadores, buenos soldados y buenos chilenos". Yo le agregaría, pagar sus créditos. 

La huelga del 67 y el rediseño institucional que le siguió buscaron cambiar este perfil de "chiche familiar" del albacea por una organización más grande, más abarcadora, que se abriera a muchas más familias. La creación de las sedes obedeció a esta lógica de crecer y proyectarse como una opción de "ascenso" social para muchos más, aunque la noción de ascenso, tan propia de la mentalidad de clases, ya no quiere decir que unos pocos pasan a integrar la casta de los "ricos", sino que la sociedad toda se hace menos desigual. Suena conocido y actual.

El cambio de modelo económico que vino poco después de 1973, la introducción de la competencia y la manipulación mañosa de la aspiración social por los beneficios del conocimiento post-dictadura trastornó el sentido de todo. La declaración de la educación como espacio de negocios atrajo tiburones, e indujo el aprendizaje de la convivencia con tiburones. La misión social original perdió prioridad frente a la necesidad de sobrevivir, competir y prosperar para conservar influencia y fortaleza económica. Por un lado, la posibilidad de que un mal manejo de nuestra institución conduzca a su colapso, y que sus "activos" sean adquiridos por algún poderoso nacional o internacional para operar otro negocio educativo totalmente ajeno al proyecto original está a la vuelta de la esquina. Por otro, la estructura conceptual de los modelos de gestión empresarial competitiva implica generar excedentes, buscar oportunidades según su potencial de ingresos, no dar información a la competencia, pocos controles para no desincentivar la libertad de emprender, asambleas esporádicas, comités poco frecuentes y poder concentrado en personas. Crecer, crecer y crecer, pero en lógica financiera y competitiva. Por ejemplo, hace algunos años, alguien discurrió que la USM debía focalizar su promoción en colegios privados del segmento ABC1...(sin comentarios). 

La creación de Sedes post gran huelga del 67 trajo algo lamentable y probablemente inesperado: la creación de castas dentro de nuestra institución. Con sus ingenierías tecnológicas, las Sedes representan un camino paralelo, incomunicado con la Casa Central y Campus Santiago, lo que no corresponde a la visión original de Federico Santa María. Más de una vez he escuchado comentarios en una lógica de escalafones de oficiales y suboficiales, que no comparto. Por otra parte, el ranqueo de las Universidades según la producción científica sitúa a las Sedes como "improductivas", engrosando el denominador sin mayor aporte al numerador en los indicadores de productividad científica. Mientras tanto, es cada vez más difícil fabricar probetas en la Casa Central, en los concursos de emprendimiento dominan abrumadoramente las aplicaciones de software móvil para mercadotecnia (casi nada tangible), hay un claro divorcio entre los posgrados científicos y los profesionales, y el nuevo profesorado es seleccionado e incentivado para desarrollarse en el mundo científico, ajeno a consideraciones de impacto social o innovación en un ambiente de negocios. Es cada vez más difícil cultivar el amor por las máquinas reales: desarmarlas, repararlas, armarlas, cambiarlas. Cabe aclarar que consideramos a la actividad científica un componente esencial de la vida universitaria, y del clima formador. Sin ella, el riesgo de repetición y decadencia es creciente. Lo que señalamos es que se apueste únicamente a ella en el modelo de desarrollo del profesorado, sin que haya un contrapeso con igual claridad de normas respecto de la innovación, la enseñanza o el gobierno institucional en el desarrollo de profesores. Que lo técnico se halle escindido conceptual- y geográficamente del quehacer científico, donde la que sufre es la innovación en tecnología de máquinas y productos tangibles. En vez de entender que ser Universidad Técnica nos hace fuertes cuando de innovación de verdad se trata (que es bastante más que obtener patentes), el alejamiento físico de las Sedes nos impide percibir la fortaleza que tenemos para llegar en mejores términos al mundo de la innovación, formar redes en todos los niveles operacionales de las empresas y cumplir con nuestra misión original de encuentro social. El proletario, el desvalido meritorio, si llega a las Sedes, tiene escasa oportunidad de alcanzar el más alto grado del saber humano. Y no es culpa de las Sedes, sino de la forma en que nos hemos concebido.

Mi creencia es que la sociedad chilena, en su imaginario, aún ve a la USM como la obra filantrópica inicial, valorando su mezcla de excelencia y ayuda social, y esperando que sea una especie de Teletón, creyendo que tiene una tremenda fortuna que la respalda. Eso incluye probablemente a muchos de nuestros estudiantes. Ojalá fuera cierto, pero no hay tal. 

Mientras tanto, la institución trata de navegar según las reglas de la competencia con sus luces y sombras, adquiere hábitos afines a este entorno de industria educativa, vive una transición desde un profesorado con presencia gravitante de exalumnos hacia uno formado por doctores venidos de muchas otras partes, cada uno con su historia, y, me temo, aunque no me consta, sin que nuestra historia gravite en muchos de ellos, ocupados en alcanzar los indicadores de productividad científica que se les exige. En particular, no veo por qué esta nueva generación de profesores tendría que exhibir compromiso con la idea de ser universidad técnica integrada con el quehacer científico, o con el mandato filantrópico del fundador. Hay mucho dado para que no lo sea.  El ser muy buenos y reconocidos ("líderes en..") ya es un reto, pero deja de lado la otra componente de lo que constituye nuestro prestigio, la dimensión generosa y solidaria. 
 
Si mi creencia es correcta, y dado que el respeto y reconocimiento que nuestra universidad inspira por su misión histórica es un ideal que hoy cobra renovada vigencia (el "valor de nuestra marca", en lenguaje de publicistas), la discusión de los temas del petitorio (la participación estudiantil en la n-estamentalidad, las ayudas financieras estudiantiles, el modelo de costos, la transparencia, el 90-10, etc.), se articulan en una única pregunta sobre cómo mantener vivo el mito original: ahora, en 2013, para muchos, con eficiencia y excelencia, sin lucro encubierto, con espacio para ir haciendo nuestro país menos desigual cada año. En este contexto, las demandas estudiantiles adquieren un  sentido único y coherente.

No es tarea fácil. No tenemos a los muy muy ricos inspirados por la iglesia más conservadora donando grandes cantidades de recursos año a año para respaldarnos. No somos propiedad de grandes inversionistas que tomen decisiones como dueños, con rapidez, y preguntando sólo si les parece. No somos un organismo del Estado con el respaldo respectivo. Somos una organización que puede decaer y morir si no encuentra fuerza viva que la impulse, que depende de un ideal poderoso, generoso e inspirador como el del testamento para proyectarse a la sociedad (que no es el mercado). Postulo que el núcleo organizador de nuestro quehacer y nuestra organización, nuestro boleto al futuro, sigue estando en la misión original, combinando excelencia y solidaridad en forma explícita, a la que valga la pena dedicarle la vida. 

¿Cómo? Hay que reinterpretarlo según el escenario actual, donde la fortuna inicial es ahora la trayectoria de los 80 años pasados. Necesitamos lo que en emprendimiento se llama un "modelo de negocio", que defina de qué manera vamos a poder hacer realidad este proyecto: ¿con qué instrumentos? ¿con qué financiamiento? ¿con qué organización? ¿con qué formación de los recursos humanos? ¿con qué indicadores de gestión? ¿con qué tipo de carrera académica? Construyamos modelos.

La sociedad chilena recibe propuestas para reformar su constitución. En la Universidad, eso se llama estatuto. El que tenemos data de 1992 y tiene síntomas de obsolescencia. Lo que pretendo decir en esta columna es que la discusión de consejos y estamentos y porcentajes que implica reformar el estatuto es posterior a otra más esencial: ¿estamos dispuestos a articular nuestro esfuerzo colectivo en torno a la misión que definiera don Federico Santa María, que parece más vigente que nunca?

miércoles, 15 de mayo de 2013

Carta sobre la Carrera Académica

El tema de la aplicación del Reglamento de la Carrera Académica motiva inquietud, sobre todo si implica términos de contrato laboral. Sin intentar terciar en la discusión sobre las decisiones tomadas, y habiendo una carta colectiva en incubación, estimo adecuado comentar el modelo subyacente. En mi opinión, hay un error de fondo en que se está incurriendo al enfocar un problema de ecología de bosque nativo con lógica de plantación de pino insigne.

La carrera académica actual se enmarca en una visión que pone la pertenencia activa a comunidades científicas, expresada en publicaciones sometidas a sus estándares, como única forma claramente reconocida (válida) de desarrollo personal universitario. Me parece adecuada en su ámbito propio, pero es profundamente reduccionista. Hace tiempo que el mundo universitario viene evolucionando hacia una mayor variedad de actividades y formas de trabajo, reflejado en su matriz de financiamiento. Así, la promoción del aprendizaje en sus vertientes de pregrado, capacitación, programas de postítulo y educación continua, así como la creación y operación de estos programas
es un ámbito que requeriría su carrera ad-hoc sin miradas en menos. La innovación es un camino que se parece a la ciencia solo en algunas cosas. Ninguno de los dos tiene un reconocimiento razonable en la carrera académica científica.

Ahondando un poco más en lo anterior, la carrera académica científica propia de las universidades de investigación es un proceso cuyo centro es producir teorías, conceptos, modelos o datos a partir de experimentos de laboratorio o recolección de información desde el entorno natural, los que se encapsulan posteriormente en publicaciones. Los conocimientos prácticos generados  en equipos de personas entrenadas y competentes no constituyen resultado formal reconocido y no son evaluados. En esta actividad se recurre a equipamiento complejo y sofisticado, y a herramientas conceptuales accesibles solo a una élite, y poca duda hay que sin su concurso, habría pocas nuevas ideas con las cuales alimentar la innovación.

Sin embargo, los académicos del área científica frecuentemente consideran que transformar sus experimentos e ideas en productos comerciales no es de su incumbencia, y que ello es tarea “de la industria”. La realización de ese proceso es un ámbito que requiere otro marco conceptual, más afín a los procesos de innovación industrial, que incorpora saberes propios del mundo de los negocios. Allí, importa el diseño del dispositivo, los materiales, garantizar resistencia mecánica, adecuado manejo de la disipación de calor, seguridad en su operación, uso eficiente de la energía, bajas emisiones electromagnéticas, manejo controlado de residuos, la ergonomía, altos niveles de disponibilidad, bajo costo de inversión y operación, mantención mínima, desgastes confinados a piezas de recambio de mínimo costo, mercado al que apunta, volumen de producción esperado, proceso de manufactura, sustitutos y competidores, etc., temas que mayoritariamente no se publican y que por ello no están sujetos a reconocimiento formal en la mecánica de contabilidad científica de publicaciones y citas. Estos saberes son considerados "técnicos" o "comerciales" con alguna connotación despectiva. No existen revistas ISI destinadas a publicar artículos sobre estos temas, salvo que se trate de abstracciones teóricas. Sin embargo, qué duda cabe de su relevancia.

Detrás de este sesgo se esconde la pérdida de conciencia colectiva del valor de ser una Universidad Técnica, y el esfuerzo legítimo (pero con guiños arribistas) de asemejarse a las Universidades de investigación. El conocimiento valorado en este esquema es el escrito en artículos, mientras que el que se construye en forma de organizaciones capaces, productos transables o nuevas empresas no se percibe siquiera. Sin embargo, los técnicos y sus habilidades para materializar prototipos y enfrentar los problemas de ingeniería que surgen cuando hay que hacer operar un fenómeno o principio en una máquina, satisfacen una necesidad que las universidades de investigación no abordan. La fortaleza de la Universidad Técnica está precisamente en el trabajo en equipo de ingenieros y técnicos para ir más allá. Muy distinto a la vertiente de pensamiento actual.

El trabajo mancomunado de ingenieros y técnicos es el que permite abordar la variedad de problemas que implica el desarrollo de nuevas máquinas, sistemas o productos, que se ha perfilado más arriba. Todo esto es en gran medida ajeno al mundo científico, mientras que representa el centro de las preocupaciones de quienes deben diseñar, construir, operar y mantener esos dispositivos.

Lo docente está bastante más definido, el problema es de prestigio, según lo planteado más arriba.

En conclusión, la Carrera Académica actual reduce lo valioso en la Universidad a la ciencia, y fuerza a todos a ser medidos con esa vara. El aprendizaje o la innovación son campos que, requiriendo de otras habilidades y produciendo en terrenos distintos de la publicación, no reciben un canal igual de formal para su evaluación, distorsionando su valor con tonterías tales como comparar patentes con publicaciones.

Si hay que hacer una carta, es para que haya variedad de trajes y tallas, en vez de un uniforme.

sábado, 2 de marzo de 2013

Fuerte, directo y claro

Más de una vez he escuchado a personas con carencia de detalle en el lenguaje ufanarse de que hablan "fuerte, directo y claro". Con ferocidad que recuerda a los hunos invadiendo Roma ( o a los soldados chilenos ingresando a Lima en 1881), pretenden imponerse en batallas verbales donde escuchar con atención no es parte de su repertorio.

Curiosa paradoja el uso de estos términos. ¿Qué querrá expresar un personaje de aquéllos con esos adjetivos? ¿cómo construye su significado? A primera vista parece ser que los considera atributos muy positivos, que reafirmarían la pertinencia de su estilo. Sin embargo, ¿es obvio su significado?

Paso a paso. ¿Qué querrá decir con "claro"? Suponemos que se refiere a ausencia de ambigüedad, que la mayor parte de los que escuchan entenderían lo mismo. Si es así, entonces nuestro hablante rema contra la corriente. Lo menos probable es que los significados sean interpretados tal como espera el hablante. Eso sí, la probabilidad mejora si el tema que se trata es primario, de definir acciones entre opciones preestablecidas respecto de objetos tangibles. El lenguaje del comercio pertenece a esta categoría: dimensionar, definir condiciones, y ya está. Los objetos permanecen inmutables, lo único sutil es la relación entre precio y valor. También abunda la claridad en los entornos autoritarios, porque el debate mismo ha sido suprimido, y escuchar es obedecer bajo amenaza de sanción, y más vale descubrir rápido qué quiere el que manda, que siempre se pretende a sí mismo claro. La subjetividad de los hablantes no es tema, porque lo menos probable es que sea "clara". Las situaciones complejas también están excluidas, por su propia naturaleza. Concluimos entonces que la claridad aludida, de existir, implica un alto costo en forma de limitaciones respecto de lo que es posible pensar y comunicar.

El siguiente atributo es ser "directo". Otra vez, ¿qué quiere significar este término?
¿Sin rodeos, en línea recta, sin pasos intermedios? La realidad física y psicológica es compleja. Con mucha frecuencia, las palabras no alcanzan a dar cuenta de los detalles de una experiencia. Por ejemplo, ¿cómo puede relatarse la experiencia de estar cerca de un huemul, o la impresión que nos deja un paisaje? Cuando lo que hay que describir es algo que no está claramente entendido, se requiere una construcción en el lenguaje que se va probando en el camino. Si se mapea en el espacio la trayectoria según algún criterio como entendimiento, confianza, acuerdo, etc., dibujaremos con máxima probabilidad curvas, trayectorias compuestas de giros, de ires y venires, de "rodeos", como es la comunicación cuando lo que está involucrado incluye aprendizaje, nuevos datos, nuevos conceptos, o bien, riesgo de herir al interlocutor. Se agregan elementos, se eliminan otros, se revisa desde más de un punto de vista, cuidando además de mantener el espacio de confianza entre los interlocutores. Las líneas rectas en este contexto serían el reflejo de una simplificación ciega, de falta de tacto, de conducta de "elefante en una cristalería" que no atina a comprender el entorno en que se mueve, o es demasiado insensible para hacerlo con destreza. La otra opción es la simpleza extrema del intercambio de datos en un esquema ya conocido (consultar un precio, responder preguntas de rutina), o en comunicación unidireccional (dar instrucciones sin verificar la comprensión).

¿Fuerte? ¿Qué significa fuerte? Tiene diversas acepciones. La principal es la resistencia en diversos sentidos. Resistencia a ser movido o arrancado de una posición (que podría significar a su vez rigidez para aprender, entender o aceptar nuevas ideas). Resistencia al cansancio o a la desgracia, que no tienen mayor relevancia en este contexto. Fuerte es también poderoso, que puede ser interpretado en un sentido intimidatorio de dureza o en un sentido de elocuencia. Puede también significar agresivo, violento, hiriente de la sensibilidad (decir "cosas fuertes"). Fuerte puede significar también "a gritos", como sinónimo de enojo y negación de diálogo. Puede significar también vulgar o grosero, y , en algunos países, "apestoso" o "maloliente".

En conclusión, hablar "fuerte, directo y claro", no es claro que sea claro; si es directo, se aplica a un tipo y número muy limitado de mensajes, y si es fuerte, quizás sea preferible buscar otro término.