En los últimos cuarenta años hemos vivido bajo diversos supuestos acerca del rol del estudiante en la vida universitaria. En los sesenta surge la idea de universidad democrática y comprometida con el cambio hacia una sociedad más justa e igualitaria. Es una época de gran efervescencia y creatividad, pero signada por un camino de enfrentamiento violento por el poder. Luego viene la universidad “hospital”, donde a los estudiantes se les ve como pacientes siguiendo un tratamiento, sobre el cual nada tienen que opinar, tan sólo seguirlo, sin pensar ni hacer nada más.
El pensamiento neoliberal concibió la educación superior como un mercado de servicios educativos pagados, donde los estudiantes serían “clientes”. Es una prolongación sutil de la dualidad excluyente de la universidad-hospital: Las universidades diseñan y lanzan al mercado carreras, y los estudiantes son “libres” de elegir entre opciones, pero no de opinar sobre el contenido o sentido de cada una. La carrera es un camino que ya está trazado, sólo procede recorrerlo “a la carrera”.
Proyecto educativo porque tiene un punto de partida en el conocimiento y las opciones doctrinales de los docentes, portadores de lo aceptado hasta ahora como comprensión y acción legítima en el mundo natural y social del que somos parte.
Proyecto reflexivo porque el saber es inseparable del juzgar sobre los efectos de su ejercicio. Lo sabido y verdadero hasta ahora debe ser revisado a la luz de su pertinencia para los nuevos tiempos. Juzgar siempre es un acto de responsabilidad personal e impacto social, que nos enfrenta a los dilemas que constituyen la ética.
Proyecto creativo porque vivimos un mundo en permanente ebullición, donde cada generación debe resolver cómo adaptarse a realidades que son siempre nuevas.
La vida universitaria no se agota entonces en cumplir pasivamente con las exigencias del currículo, ya que éste representa sólo un núcleo mínimo de aprendizaje explícito para poder certificarlo con grados y títulos. Por lo mismo, es mucho más que las actividades en salas de clases definidas en "la malla". La vemos como una etapa de la vida, donde es privilegio y tarea de los estudiantes forjar sus propios saberes, convicciones, límites y compromisos con los problemas de su tiempo.
Estudiando, conversando, participando. También reflexionando, cuestionando, debatiendo, proponiendo, los estudiantes van creando su propio camino. Al intentar realizar sus proyectos, los estudiantes pueden aprender de sus propios errores, y preparar su espíritu para los desafíos que vienen. De su vida universitaria esperamos que surja progresivamente sensibilidad y empatía al escuchar; sentido crítico y coraje para cuestionar; imaginación para crear, autonomía para actuar, responsabilidad social y espíritu de servicio para no perder jamás de vista el sentido de pertenencia a la comunidad humana en todos sus niveles.
Así, de generación en generación, los estudiantes van redefiniendo lo que es verdadero y valioso, conservando algunas ideas y desechando otras tantas. Sin embargo,
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