jueves, 2 de agosto de 2007

otorafia y rreaxio

Tengo una sensación incómoda acerca de la ortografía y redacción en el lenguaje escrito que veo en muchos lugares, también en la Universidad.

El tema no es simple para mí. Por un lado, parece ser un rasgo de la posmodernidad el que falta tiempo para hacer tanta cosa, que no vale la pena dedicar mucho tiempo a pulir textos, que lo importante es comunicarse y darse a entender, los teléfonos y otros dispositivos casi promueven esta escritura abreviada...Creo que hay algo de verdad en ello.

Sin embargo, creo que usar esta forma de codificación irreflexivamente, establece hábitos y consagra límites expresivos que puede que no ayuden a nuestro ideal sansano de alcanzar el más alto grado del saber humano.

Consideremos razones de protocolo (formas aceptadas de codificación): No me imagino aún un curriculum vitae o una carta de presentación para una práctica o trabajo escritas con "k" en vez de "qu", "y" en vez de "ll", sin acentos, sin haches, con frases inconexas, carentes de sintaxis. También, los mensajes se distorsionan cuando lo escrito es pariente sólo fonético de lo expresado. Casarse no es lo mismo que cazarse. Saltar bayas es tan absurdo como comerse una valla.

Es cierto que los humanos somos más tolerantes que las máquinas a las ambigüedades lingüísticas, y podemos cometer "faltas" que un programa de computación no toleraría. Pero es un hecho que nadie se distingue positivamente por estas prácticas, ni mejora sus posibilidades de selección cuando compite con cientos o miles de postulantes. Por el contrario, es considerado una limitación. Entre los propios miembros de las comunidades que se comunican de esta forma, ésta se acepta pero no se admira. Quizás ahorra tiempo el que escribe, pero no necesariamente los que leen tratando de entender.

Me toca corregir memorias. Es muy arduo comprender las ideas que intentan comunicar quiénes no han trabajado sus capacidades de redacción. A veces, son incomprensibles. Más tarde, pueden ser proyectos que no tendrán éxito porque su lenguaje agota a los evaluadores. Pueden ser planes de negocios que no se entenderán, y financiamientos que no llegarán, o llegarán, pero más caros. Pueden ser becas de postgrado que no se obtendrán. Pueden ser trabajos que no se conseguirán. Pueden ser promociones y ascensos que se retardarán o no llegarán nunca. Son miedos que poco a poco paralizan a la hora de atreverse a plantear ideas nuevas. Son expectativas frustradas.

No creo que forzar a usar un lenguaje más rico y coherente a través de poner notas o rechazar tareas sea el mejor camino. Me haría odiar por muchos, los resultados serían mediocres, y el conocimiento mismo quedaría más postergado aún por este clima de presión. Si bien, las razones prácticas que señalaba al comienzo pueden ser consideradas válidas, la razón de fondo es mi convicción de que obligar es propio de adiestradores o de tiranos, y así se forma nuevos domadores y tiranos.

En la Universidad, lo que debe primar es la argumentación, y el respeto a la libertad de discernir de cada uno, bajo el propósito común de crecer humanamente. Aunque eso signifique asumir que no siempre tendré éxito en la empresa específica de elevar el valor intelectual y estético de las comunicaciones escritas de los estudiantes. Pero ganamos en algo más amplio e importante: promover la dignidad de la vida universitaria, que deja a todos y a cada uno de nosotros la tarea de reflexionar y actuar en consecuencia con responsabilidad.

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