El tema de la aplicación del Reglamento de la Carrera
Académica motiva inquietud, sobre todo si implica términos de contrato laboral. Sin intentar terciar en la discusión sobre las decisiones tomadas, y habiendo una carta colectiva en incubación, estimo adecuado comentar el modelo subyacente. En mi opinión, hay un error de fondo en que se está
incurriendo al enfocar un problema de ecología de bosque nativo
con lógica de plantación de pino insigne.
La carrera académica actual se enmarca en una visión que pone la
pertenencia activa a comunidades científicas, expresada en
publicaciones sometidas a sus estándares, como única forma
claramente reconocida (válida) de desarrollo personal universitario. Me
parece adecuada en su ámbito propio, pero es profundamente
reduccionista. Hace tiempo que el mundo universitario viene
evolucionando hacia una mayor variedad de actividades y formas
de trabajo, reflejado en su matriz de financiamiento. Así, la
promoción del aprendizaje en sus vertientes de pregrado,
capacitación, programas de postítulo y educación continua, así
como la creación y operación de estos programas es
un ámbito que requeriría su carrera ad-hoc sin miradas en menos.
La innovación es un camino que se parece a la ciencia solo en
algunas cosas. Ninguno de los dos tiene un reconocimiento
razonable en la carrera académica científica.
Ahondando un poco más en lo anterior, la carrera académica
científica propia de las universidades de investigación es un
proceso cuyo centro es producir teorías, conceptos, modelos o
datos a partir de experimentos de laboratorio o recolección de
información desde el entorno natural, los que se encapsulan
posteriormente en publicaciones. Los conocimientos prácticos
generados en equipos de personas entrenadas y competentes no constituyen resultado
formal reconocido y no son evaluados. En esta actividad se
recurre a equipamiento complejo y sofisticado, y a herramientas
conceptuales accesibles solo a una élite, y poca duda hay que
sin su concurso, habría pocas nuevas ideas con las cuales
alimentar la innovación.
Sin embargo, los académicos del área científica frecuentemente
consideran que transformar sus experimentos e ideas en productos
comerciales no es de su incumbencia, y que ello es tarea “de la
industria”. La realización de ese proceso es un ámbito que
requiere otro marco conceptual, más afín a los procesos de
innovación industrial, que incorpora saberes propios del mundo
de los negocios. Allí, importa el diseño del dispositivo, los
materiales, garantizar resistencia mecánica, adecuado manejo de
la disipación de calor, seguridad en su operación, uso eficiente
de la energía, bajas emisiones electromagnéticas, manejo
controlado de residuos, la ergonomía, altos niveles de
disponibilidad, bajo costo de inversión y operación, mantención
mínima, desgastes confinados a piezas de recambio de mínimo
costo, mercado al que apunta, volumen de producción esperado,
proceso de manufactura, sustitutos y competidores, etc., temas
que mayoritariamente no se publican y que por ello no están
sujetos a reconocimiento formal en la mecánica de contabilidad
científica de publicaciones y citas. Estos saberes son
considerados "técnicos" o "comerciales" con alguna connotación
despectiva. No existen revistas ISI destinadas a publicar
artículos sobre estos temas, salvo que se trate de abstracciones
teóricas. Sin embargo, qué duda cabe de su relevancia.
Detrás de este sesgo se esconde la pérdida de conciencia
colectiva del valor de ser una Universidad Técnica, y el
esfuerzo legítimo (pero con guiños arribistas) de asemejarse a
las Universidades de investigación. El conocimiento valorado en
este esquema es el escrito en artículos, mientras que el que se
construye en forma de organizaciones capaces, productos
transables o nuevas empresas no se percibe siquiera. Sin
embargo, los técnicos y sus habilidades para materializar
prototipos y enfrentar los problemas de ingeniería que surgen
cuando hay que hacer operar un fenómeno o principio en una
máquina, satisfacen una necesidad que las universidades de
investigación no abordan. La fortaleza de la Universidad Técnica
está precisamente en el trabajo en equipo de ingenieros y
técnicos para ir más allá. Muy distinto a la vertiente de
pensamiento actual.
El trabajo mancomunado de ingenieros y técnicos es el que
permite abordar la variedad de problemas que implica el
desarrollo de nuevas máquinas, sistemas o productos, que se ha
perfilado más arriba. Todo esto es en gran medida ajeno al mundo
científico, mientras que representa el centro de las
preocupaciones de quienes deben diseñar, construir, operar y
mantener esos dispositivos.
Lo docente está bastante más definido, el problema es de
prestigio, según lo planteado más arriba.
En conclusión, la Carrera Académica actual reduce lo valioso en
la Universidad a la ciencia, y fuerza a todos a ser medidos con
esa vara. El aprendizaje o la innovación son campos que,
requiriendo de otras habilidades y produciendo en terrenos
distintos de la publicación, no reciben un canal igual de formal
para su evaluación, distorsionando su valor con tonterías tales como
comparar patentes con publicaciones.
Si hay que hacer una carta, es para que haya variedad de trajes y tallas, en vez de un uniforme.
miércoles, 15 de mayo de 2013
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