martes, 27 de julio de 2010

Perdone que lo moleste, profesor...

No deja de sorprenderme que la mayoría de los estudiantes que me escriben para plantear algún tema de mi competencia, se excusan profusamente al comienzo, entremedio y al final por "molestarme". Quizás se trata sólo de una forma de cortesía desconocida para mí, surgida entre las nuevas generaciones, y que debe ser interpretada como una fórmula ritual, con la exageración propia de los dichos corteses. Estaría tranquilo si así fuera.

Sin embargo, no puedo dejar de interpretarla en un sentido literal, es decir, sentir que la persona que me escribe siente a su vez que me molesta, que él o ella son molestia. Me duele cada vez.
Si la sensación de ser molestia es real, entonces la calidad de nuestra educación está amenazada. ¿De dónde surge si no es por cortesía?

Me preocupa que
eso pueda ser resultado de selección natural según las experiencias vividas en nuestra institución por nuestros estudiantes. Quizás les hemos hecho sentir mayoritariamente que tenemos cosas más importantes que hacer, que el horario de atención de estudiantes es para que no molesten el resto del tiempo, o simplemente, que nuestro apellido es Rottweiler. Quienes llevan más tiempo con nosotros pueden dar fe que no es mi caso. Tengo muchísimos defectos, pero siempre doy prioridad a escuchar a cualquier estudiante que desee comunicarse conmigo.

Escribo estas líneas para invitar a la reflexión sobre el trato entre estudiantes y profesores. Ningún estudiante debe sentir que es motivo de molestia cuando se comunica con un profesor haciendo uso de su dignidad básica como miembro de esta institución.

Los profesores no somos sacerdotes intocables, por más que el proceso de aprendizaje del lenguaje de la ciencia nos ponga en situación de jueces y verdugos involuntarios de las aspiraciones estudiantiles. Tampoco somos funcionarios para dar atención interesada al "cliente" estudiante, lo que puede llegar a ser una sutil forma de rebajarnos cuando de educar se trata.

Cada estudiante es un profesional en formación, desde el primer día que se matricula en nuestra Universidad. Esa formación está confiada a otros profesionales, los profesores en todos sus rangos, cuya tarea no es sólo dar clases. Tan importante como el rito docente en sala es el diálogo personal y colectivo: acompañando al proceso formativo, compartiendo conocimiento y experiencia, corrigiendo errores, promoviendo conductas y formas de pensar, realizando acciones en común, creando vínculos. Los estudiantes no sólo tienen derecho a esta comunicación, sino que necesitan de ella para aprender a pensar, sentir y actuar como profesionales competentes. La tarea de los profesores es llevar la enseña (la bandera), es decir, mostrar el camino. Para que los profesionales en formación sepan cómo pensar, sentir y actuar, necesitan que los profesores se muestren a sí mismos en su propio pensar, sentir y actuar. Los estudiantes aprenden a ser profesionales de la misma manera en que un bebé aprende a hablar: actuando en el seno de una comunidad de hablantes, aceptado y guiado por sus miembros. Si alguien no se deja ver, o nubla el entendimiento y la emoción del estudiante haciéndole sentir que es una molestia, no sólo realiza mal su tarea de profesor, sino que causa daños irreparables en lo más hondo.

Invito a la comunidad a conversar y comentar este tema abiertamente, y a publicar sus propias reflexiones. Nos dignifica y nos hace ser una mejor escuela. No es molestia...